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Ángel Carabajal, el gran ganador de la temporada.

Contra todos los pronósticos montó tres espectáculos en Carlos Paz, y fue el productor que más tickets cortó en la temporada. Además se quedó con el Carlos de Oro por su gran puesta en escena y sus destacadas actuaciones. La historia del chico que sé crió pidiendo plata en la calle y que hoy, a los 38 años, se consagró como El Rey de Carlos Paz.
La Primera gira de Ángel Carabajal fue a los 4 años. Claro que en aquellos viajes por los distintos pueblos de la provincia de Córdoba no había luces, escenarios, disfraces, gente aplaudiendo, y mucho menos glamour. Esas primeras experiencias estaban cargadas de tristeza, lágrimas, caras sucias, ropa limpia pero remendada, zapatillas llenas de agujeros, y la ñata contra el vidrio sobre la vidriera de algún restó, rogando que un alma caritativa se apiade del ruido que hacía su pancita por el hambre.
Como la abuela de Ángel era viuda, sin jubilación y sin ninguna posibilidad de conseguir trabajo por su delicada salud, no le quedó otra opción que salir a mendigar junto a sus dos nietos. La mujer inventó un juego para que la carga no sea tan pesada: “¡El que más plata consigue es el ganador del día!”, les dijo a los chicos, y de esa forma, Ángel arrancó el que iba a ser el primer trabajo de su vida. “Nos bañaba en casa -rememora Carabajal-, nos vestía con la mejor ropa que teníamos y nos llevaba hasta la capital cordobesa para pedir monedas en los semáforos. Al principio se me caía la cara de vergüenza, pero cuando empezamos a ganar la plata que necesitábamos para comer, para vestirnos, y para comprar los remedios de mi abuela; entendí que lo que estaba haciendo era muy importante para sobrevivir. Y sin querer, esa fue mi primera escuela de actuación: ¡cuanta más cara de Gato con Botas le ponía a la gente -Ángel hace alusión al personaje de la película Shrek-, más plata conseguía!”.

-¿Quién ganaba en ese juego de juntar más plata: usted o su primo?
-¡Casi siempre yo! Claro que corría con ventaja: era el más chiquito y el más lindo de los dos (Carcajadas).

-¿Ustedes se podían quedar con algo de lo que juntaban o todo se lo tenían que dar a tu abuela?
-Mi abuela nos separaba una parte así nos podíamos comprar algo que quisiéramos.Al poco tiempo comenzamos a vender rosas y con eso sí que juntábamos mucha plata.

-¿Qué fue lo primero que se compró?
-Una bicicleta a los nueve años, la primera que tuve en mi vida… (hace un largo silencio, sus ojos se humedecen y su voz se quiebra por primera vez en la charla).

-¿Qué pasó con sus papás?
-Yo nací producto de una relación casual que mi mamá tuvo con mi papá… Pero como mi vieja era una persona discapacitada, con epilepsia crónica, no se pudo hacer cargo y me dejó en la puerta de la casa de mi viejo con una nota que decía: “Te devuelvo a tu hijo…”.

-¿Su padre tenía trabajo?
-Hacía changas rurales…, pero vivía al día. Además tenía muchos problemas con el alcohol y claramente no se podía hacer cargo de un bebé recién nacido. Un día lo desperté con un llanto desgarrador porque quería la mamadera y que me cambien los pañales, y no me aguantó más. Me dejó en el orfanato.

-Su abuela fue una especie de heroína, la mujer que lo rescató.
-Sí, a su manera y como pudo, fue quien me dio los primeros besos, abrazos y caricias.

-¿Pudo ir a la escuela?
-Hice el primario salteado, como pude… Iba poco a clases pero tenía dos cosas muy buenas, era un chico muy inteligente y aprendía muy rápido.  Además me encantaba actuar: ¡participaba en todos los actos y en ese tiempo ya era un gran bailarín!

-¿Ese amor por la actuación y por el baile terminaron siendo una especie de salvación?
-Sí, sobre todo la pasión por la danza. Eran tantas mis ganas de participar que conmovía a mis maestros y siempre me ayudaban con las notas. A fin de año, cuando todos los papás venían a buscar los boletines, los míos quedaban apilados… Ahí, cuando veía a mis compañeros tomados de la mano, me iba a llorar al baño para que nadie me viera. Yo no quería tener plata, la mejor ropa, o comida calentita: quería que mamá y papá vinieran a la escuela para firmar y retirar mi libreta, quería una familia como la que tenían los otros chicos, ese era mi sueño.

-¿Siente que la danza finalmente le cambio la vida?
-Sí, dejé de ser el chico pobre, el que pedía limosna en la calle, el negro del barrio humilde IPB;  y me convertí en El Gaucho, uno de los mejores bailarines del país. La gente comenzó a señalarme como “El artista”, me dio un lugar en una sociedad que muchas veces, por mi condición, me había excluido. 

-¿Esperabas tantos premios en esta temporada?
-La verdad es que me sorprendió, no me lo esperaba. Pero como digo en mi obra: este reconocimiento es un premio al esfuerzo, al sacrificio, a nunca bajar los brazos. Hoy, cuando miro la familia que formé, y cuando el público reconoce mi trabajo, siento que todo el esfuerzo valió la pena.

Hacer un repaso de su vida provocó risas y lágrimas. Al final de la entrevista, antes de despedirnos, vuelve a poner su premio dorado en la repisa, y sujeta fuerte una foto en la que está junto a su mujer y a sus hijos. Esa imagen indica que hace años, cuando decidió construir una familia, Ángel Amadeo Carabajal se convirtió en El Gran Ganador, de su propia historia. 


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